Es incuestionable la cantidad de parques y plazas de todos los tamaños que se reparten por la geografía de Vitoria, pero esta abundancia no es sinónimo de calidad ya que la reiteración en lo fundamental de su diseño termina por atrofiar el sentido estético de los ciudadanos.
Esta monotonía es fácil de comprobar al visitar estos espacios. Es indiferente la plaza que elijamos, su falta de personalidad nos hurta la conciencia de sentirnos en lugares distintos. Esto nos induce a reflexionar sobre la exigencia de avanzar en el tratamiento de tales territorios urbanos para potenciar su individualidad, para que nos enriquezcan al mostrarnos su identidad particular.
Salvando las grandes intervenciones, harto elogiadas, como La Florida, Prado, Parque de Arriaga, Plaza de los Fueros, el resto no aporta ninguna innovación; ni espacial ni ambiental. Se debe cambiar la concepción de estos espacios en su globalidad. Desde sus formas a sus materiales, pasando por su distribución e integración en el entorno urbano, Es hora de olvidar los sempiternos bancos de principios de siglo, las frágiles baldosas tipo paseo mediterráneo, la farola de catálogo y esas isletas elevadas de césped a modo de tiestos gigantes que alejan al ciudadano del contacto vegetal, limitando su uso a la población canina. Como afirma el arquitecto mexicano Luis Barragán, "la mejor expresión de la vulgaridad es un jardín vulgar".
Nos encontramos en la actualidad con un concepto de ciudad completamente nuevo, abierto, descentralizado, y por el mismo motivo la concepción de parque, plaza o espacio libre debe transformarse mirando a la nueva ciudad. Estos espacios deben concebirse con mucha más flexibilidad, sin esas geometrías rígidas que impiden cualquier otro tipo de uso que la colectividad demanda (actuaciones, exposiciones, juegos…). Es hora de mejorar la calidad de los territorios públicos, escaparates rotundos de la vida urbana en la Europa actual. Otras ciudades así lo han entendido y su apuesta por mejorar sus lugares públicos lo confirma. En Berlín, París, Barcelona, abundan las intervenciones modélicas que también encontramos en poblaciones más pequeñas.
En los parques y plazas de estas ciudades se generan formas de comunicación que afectan a la expresión colectiva: hablar, estar, sentir, ver y tocar, recordar o imaginar. La diversidad en su tratamiento espacial nos enriquece y nos induce a discernir los ámbitos. Los espacios proyectados son expresivos, originales, distintos, a veces, incluso enriquecedoramente polémicos. Además, la incorporación más allá del adorno de otras disciplinas artísticas como la escultura, revalorizan el lugar que se transforma en hito urbano diferenciado. Se configura así un arma decisiva para ahuyentar el peligro de la ciudad gris, timorata y obsoleta, peligro que en el caso de Vitoria todavía está por conjurar. Plazas como las de Santa Bárbara. Aldave, San Martín, Amárica o Gerardo Armesto son ejemplos que reúnen con crudeza todas esas deficiencias esenciales.
Vitoria ha recorrido la mitad del camino; falta que se plantee el salto para dotar a sus espacios de la suficiente calidad urbana que los ciudadanos y sus nuevas formas de vida reclaman.
En Vitoria-Gasteiz, a 15 de junio de 1999
Pablo Carretón. Arquitecto.